El Concilio Vaticano II quiso darle un impulso al culto a María en la Iglesia, pero también clarificar varios aspectos doctrinales, frente a diversos excesos que habían ido surgiendo. En la clausura de la sesión tercera del Concilio, decía el Papa Pablo VI: «Es la primera vez que un Concilio ecuménico presenta una síntesis tan extensa de la doctrina católica sobre el puesto que María Santísima ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia».
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