La aportación de un judío a la iglesia

La historia del pueblo judío es un larguísimo éxodo de lágrimas, sufrimientos y desconsuelos; una densa biografía del dolor en la que no hay ni siquiera una página exenta de cicatrices. Cualquiera que se asome a la ventana de los tiempos verá cómo en su inmenso patio crecieron a su albedrío, abundantemente, durante milenios, todos los peores sentimientos antijudíos: odios, desprecios, persecuciones, acorrajamientos, miedos y muerte. Y lo que es peor, cualquiera verá cómo en torno a ese dolor infinito ha habido casi siempre —en los dos mil últimos años— una acosante presencia cristiana, una activa presencia cristiana que se ha justificado precisamente en nombre de Jesús, un judío cabal que recorrió los pueblos de su tierra enseñando el amor a Dios y al prójimo.